Qué esperanza considerar, qué presagio puro,
qué definitivo beso enterrar en el corazón,
someter en los orígenes del desamparo y la
inteligencia,
suave y seguro sobre las aguas eternamente turbadas?
Qué vitales, rápidas alas de un nuevo ángel de sueños
instalar en mis hombros dormidos para seguridad
perpetua,
de tal manera que el camino entre las estrellas de la
muerte
sea un violento vuelo comenzado desde hace muchos
días y meses y siglos?
Tal vez la debilidad natural de los seres recelosos y
ansiosos
busca de súbito permanencia en el tiempo y límites en
la tierra,
tal vez las fatigas y las edades acumuladas
implacablemente
se extienden como la ola lunar de un océano recién
creado
sobre litorales y tierras angustiosamente desiertas.
Ay, que lo que soy siga existiendo y cesando de existir,
y que mi obediencia se ordene con tales condiciones de
hierro
que el temblor de las muertes y de los nacimientos no
conmueva
el profundo sitio que quiero reservar para mí
eternamente.
Sea, pues, lo que soy, en alguna parte y en todo
tiempo,
establecido y asegurado y ardiente testigo,
cuidadosamente destruyéndose y preservándos
incesantemente,
evidentemente empeñado en su deber original.
de Pablo Neruda
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